Cementerios y funerarias realidad y necesidad.
Por: Diana Navarro
“Cuando uno es niño sueña con ser astronauta, médico, futbolista, profesor…Dan escalofríos si se habla de la muerte, pero jamás un niño juega a ser operario de cementerio, a convivir y hacerse amigo los cadáveres y de la muerte”, decía Rubén Torres, mientras tallaba en una lapida el nombre de un personaje que había abandonado el mundo de los vivos casi un mes atrás.
No es que don Rubén demerite su trabajo, al contrario, según él: enterrar y desenterrar personas es lo que me ha permitido que mis dos hijos puedan llevar una vida estable en términos económicos”. El cementerio ha sido su segundo hogar desde hace más de doce años. Allí pasa sus días acompañado de las lágrimas ajenas y el dolor, que en ocasiones, dice él, se contagia. Sus labores son las mismas diariamente: recoger las flores secas, prestar escaleras para que las personas puedan llevarle color con bellas flores a sus seres queridos, que se encuentran en lo alto del cementerio. Ayudar a cargar los cajones que cubren los muertos, y por supuesto, desenterrar cadáveres, cuyos nombres olvida al instante.
Rubén Torres convive diariamente con los muertos, sin embargo, no le teme al cementerio, pues según él, el estigma y los imaginarios que se tienen de este lugar, son el resultado de un miedo, que sin razón, habita nuestros días pues todos llegaremos a ese lugar. “Más bien sí le temo a las funerarias, creo que allá los muertos reposan sus primeras horas y dicen que en este lapso las almas aún recorren los pasillos”.
Esta afirmación de Rubén, la comparte un personaje que quizá es el más indicado para decirlo: Víctor Arias, un hombre de 49 años que ha pasado los últimos ocho en la funeraria Los Olivos, trabajando como operario fúnebre. “No es una labor fácil llegar a la casa, cerrar los ojos y recordar las lágrimas llenas de dolor de quienes uno no conoce, pero que logran contagiar sus tristezas. Es vivir todo un día rodeado de colores oscuros y si uno esta decaído, ver todo esto no ayuda demasiado”.
Víctor no recuerda ninguna clase de espanto, sin embargo, dice sentir temor muchas veces y al igual que Rubén, piensa que esas primeras horas en que alguien muere son cruciales, sobretodo porque el cuerpo sin vida aún esta afuera y en un lugar desconocido para el difunto.
Ser operario de cementerio o funeraria no es un trabajo muy cotidiano, no obstante, estos dos hombres lo consideran una labor como cualquier otra, en la se ganan la vida haciendo algo que no resulta divertido, pero que al fin y al cabo les brinda un trabajo estable y más en este país, en el que abunda el desempleo.
No es que don Rubén demerite su trabajo, al contrario, según él: enterrar y desenterrar personas es lo que me ha permitido que mis dos hijos puedan llevar una vida estable en términos económicos”. El cementerio ha sido su segundo hogar desde hace más de doce años. Allí pasa sus días acompañado de las lágrimas ajenas y el dolor, que en ocasiones, dice él, se contagia. Sus labores son las mismas diariamente: recoger las flores secas, prestar escaleras para que las personas puedan llevarle color con bellas flores a sus seres queridos, que se encuentran en lo alto del cementerio. Ayudar a cargar los cajones que cubren los muertos, y por supuesto, desenterrar cadáveres, cuyos nombres olvida al instante.
Rubén Torres convive diariamente con los muertos, sin embargo, no le teme al cementerio, pues según él, el estigma y los imaginarios que se tienen de este lugar, son el resultado de un miedo, que sin razón, habita nuestros días pues todos llegaremos a ese lugar. “Más bien sí le temo a las funerarias, creo que allá los muertos reposan sus primeras horas y dicen que en este lapso las almas aún recorren los pasillos”.
Esta afirmación de Rubén, la comparte un personaje que quizá es el más indicado para decirlo: Víctor Arias, un hombre de 49 años que ha pasado los últimos ocho en la funeraria Los Olivos, trabajando como operario fúnebre. “No es una labor fácil llegar a la casa, cerrar los ojos y recordar las lágrimas llenas de dolor de quienes uno no conoce, pero que logran contagiar sus tristezas. Es vivir todo un día rodeado de colores oscuros y si uno esta decaído, ver todo esto no ayuda demasiado”.
Víctor no recuerda ninguna clase de espanto, sin embargo, dice sentir temor muchas veces y al igual que Rubén, piensa que esas primeras horas en que alguien muere son cruciales, sobretodo porque el cuerpo sin vida aún esta afuera y en un lugar desconocido para el difunto.
Ser operario de cementerio o funeraria no es un trabajo muy cotidiano, no obstante, estos dos hombres lo consideran una labor como cualquier otra, en la se ganan la vida haciendo algo que no resulta divertido, pero que al fin y al cabo les brinda un trabajo estable y más en este país, en el que abunda el desempleo.
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