viernes, 28 de mayo de 2010

Recuerdos sin cenizas

Por: Diana Navarro

Al mirar fijamente sus ojos, descubrió un paraíso que contenía misteriosos laberintos en los cuales se sumergió ciegamente sin tener conciencia de los peligros que esto representaba. Sus emociones se aceleraban y recorrían cada parte de su cuerpo; entonces perdió la cabeza y dejo que la curiosidad por descubrir tan sublime belleza, lo agobiará por completo.
Sus miradas se encontraron al tiempo que sus cuerpos se desearon, entonces de repente Gabriel rompió el silencio con su voz profunda llena de sentimiento, aquel trovador ansioso por probar aquellos labios color fresa, lanzó sin ataduras un fino coqueteo a través de sus melodiosas y armónicas coplas acompañadas del dulce sonido de un Arpa.
El cuerpo de Lorenza se estremecía lentamente, aquel joven había logrado inquietar a esta hermosa mujer que empezaba a descubrir los placeres del amor en la noche de sus quince años que transcurría con bailes y agasajos preparados por su padre: Don Rubén Triana, un hombre respetado de la alta sociedad, acostumbrado a vivir en el mundo de las apariencias en un circulo donde poco importaban los sentimientos.
Aquella noche fue cómplice de lo prohibido, Gabriel y Lorenza habían destapado sus almas y permitieron que la luna fuera testigo del lujurioso encuentro de sus cuerpos. Entre sudor y suaves susurros Lorenza culmino la noche en que literalmente paso de niña a mujer.
Rápidamente pasaron las hojas del calendario, los dos jóvenes enamorados escondieron su amor por un largo tiempo. Sin embargo una rosa comenzaba a crecer en el vientre de Lorenza y fue imposible guardar silencio. Don Rubén invadido por la furia que despertaba este acontecimiento, se dejo derrotar por el hecho de que la menor de sus hijas, le ganara la batalla al tiempo y que fuera a ser vista con malos ojos ante la realeza llanera.
Su decisión fue cortar de raíz, aquella rosa que nunca conoció el agua ni el viento y que se llevo consigo las esperanzas, los sueños y la vida de Lorenza, pues su luz se apago para siempre.
Ahora Gabriel solo posee el aroma que dejo Lorenza en su rostro, las palabras cargadas de amor y los recuerdos que lo alimentan diariamente en la soledad absoluta de la prisión en que seguramente vivirá injustamente sus últimos días, mientras su acusador y culpable de la muerte de su hija y nieta se encuentra en libertad, pero con la conciencia negra y el corazón destrozado.
Esta historia no es mía, mucho menos del hombre que con tanta propiedad la narraba desde la cárcel; esta historia la relató aquel cantante que con sus coplas enamoro a la mujer que despertó en una noche sus pasiones más remotas: “Lorenza”

No hay comentarios:

Publicar un comentario